ESTOS SON LOS MEJORES HIJOS DE LA CLASE OBRERA, AQUELLOS DESTINADOS A CAMBIAR ESTE MUNDO, AQUELLOS QUE A PESAR DE TODOS CONTINUAN SOÑANDO EN UNA POSIBILIDAD DE VIVIR MEJOR, A PESAR DE TODO,

VIVA LEONARDO Y LOS DEMÁS CAMARADAS EN HUELGA DE HAMBRE.

Todos los caminos de la ciudad de México llevan al Zócalo, pero para cada persona el camino es distinto. Yo llegué hasta aquí buscando historias. Aquí, en el centro de la ciudad de México, bajo un sol inclemente o bajo las súbitas tormentas de la temporada de lluvias que amenazan con inundar las carpas de los huelguistas, hablo con los trabajadores y trabajadoras de la extinta Luz y Fuerza del Centro que se mantienen en huelga de hambre en su lucha para recuperar su empleo. Contra los grandes medios de comunicación y contra el reloj que avanza en su contra. Estas son sus historias.
 
Nombre: Leonardo Vargas Tello

Comienzo huelga de hambre: 26 de Abril
Puesto en LyFC: Cables Subterráneos / Planta de emergencia
Edad: 34 años


Fue el abuelo de Leonardo quien inauguró una saga mítica de electricistas, allá en Palpan, Morelos, por aquellos tiempos en que la compañía todavía era canadiense y se llamaba Mexican Light & Power. De niño había sido mensajero del mismísimo Zapata, y más tarde fue el primer subsecretario del SME y el primer jubilado de la Alameda. Tuvo diez hijos que él hubiese querido que se dedicaran al campo en vez de entrar a Luz y Fuerza, como él, porque decía que allá los iban a traer como esclavos. Electricistas fueron sus hijos, sin embargo, y electricista fue también su nieto Leonardo, que ahora desgrana su historia pausadamente, con la calma de quien posee todo el tiempo del mundo aunque la vida se le escape irremediablemente a razón de quinientos gramos diarios.


A Leonardo le gustan las motos y conduce una Triumph. Será lo último que empeñe. Al salir del conalep estuvo unos años haciendo chambitas, hasta que finalmente entró a Luz y Fuerza del Centro, la empresa de su padre y su abuelo. Le hubiese gustado entrar a la UNAM, pero el sistema de horarios rotativos no lo permitía. Un empleo para toda la vida, con un sueldo modesto –apenas seis mil pesos al mes- y mucha responsabilidad sobre sus hombros. Trabajaba en Cables Subterráneos, en las oscuras entrañas de la ciudad, allí donde un error te cuesta la vida y lo de menos es si una rata te pasa entre los pies. Orgulloso, afirma que en su empresa no hay errores, porque quien se equivoca arriesga no solo su vida, sino la de sus compañeros. Y no fueras a llegar muy salsa para querer meterle mano a los cables, porque aquí los más chingones están en el panteón. Como electricista de los que batallan en primera línea de fuego sabe mejor que nadie que los rumores de sabotaje no son más que historias. ¿O es que alguien quiere darse un paseo por los estrechos corredores subterráneos y escurrirse entre transformadores de hasta 750 voltios para picar un cable envuelto en plomo sin contar con un equipo de respaldo que al menos te avise si algún circuito truena? O como diría Fernando Amezcua, el Secretario del Exterior del SME: si van a acusar de sabotaje que presenten el arma…y el cuerpo del que la empuñó.

Leonardo espera su primer hijo para noviembre maravillado y asustado a partes iguales. Su novia vive allá en Palpan, su pueblo natal, adónde se va en moto cada vez que puede. Justamente en Palpan, cuna de electricistas, se hallaba Leonardo con su novia la fatídica noche del diez de octubre. Al contrario que muchos de sus compañeros él no estaba viendo el juego de la selección. No hay cable en la casa de Palpan, y de todas maneras a él no le gusta el fútbol. Lo dice bajito, como si le diera apuro confesarlo, y añade que eso del fútbol no deja de ser como el circo de los romanos. Pan, vino y circo. Nos dan el circo pero ¿y el pan? Fue entonces cuando llamó su hermana para contarle que por la tele andaban diciendo que Calderón había decretado la extinción de su empresa. No parecía posible que fueran a dejar sin chamba a más de cuarenta mil trabajadores. Siete meses después, Leonardo ha decidido transformar el Hambre, así en mayúsculas, esa amenaza que pende sobre su cabeza, en su arma de protesta. Al fin que quieren que nos muramos de hambre, razona con sencilla elegancia.

Sabe que no encontrará otro trabajo pues él, como todos los extrabajadores de LyFC, está boletinado. Nunca aceptó firmar su liquidación y le quedaron a deber una semana de sueldo y el aguinaldo. Cuenta que su grupo cobraba los martes, y si había suerte el lunes aún les quedaban veinte pesos en el bolsillo. Que a la panza había que echarle lo que fuera, a chambear y hasta el martes. Así de justos iban. Por eso cuando la extinción, los compañeros empezaron rápidamente a empeñar sus cosas: alhajas, electrodomésticos, lo que fuera. Luego, el hambre empezó a apretar. El gobierno prometía pero no daba. Algunos compañeros firmaron su liquidación y empezaron a esquirolear para la CFE, pero ahorita que ya les absorbieron todo lo que sabían y están como los otros ¿ahora qué harán? Muchos le achacan la culpa a los dirigentes del sindicato, dice, pero ¿qué hubiesen podido hacer? ¿cómo podían estar preparados para algo así? Algo así no había ocurrido nunca. Algo así no debía haber ocurrido nunca.


Él estaba allí enfrente, señala, en el Palacio Nacional, cuando el primer grito de la legislatura de Calderón. Lo mandaron en planta de emergencia, como es costumbre hacer, de modo que allá adonde vaya el presidente lo sigue siempre un séquito de electricistas por si se va la luz. Desde el Palacio Nacional oyó los atronadores gritos de “¡espurio!” que venían de la otra mitad de la plaza. Aquí, de éste lado, del lado de Calderón, todo eran militares armados, vestidos de civil, eso sí. Las bandas de música estaban aterradas. Alguien mandó traer más bocinas para tapar los estruendosos reclamos del pueblo: fue una guerra de ruidos.


Arrancó un sticker de su moto porque dice que últimamente siente paranoia. En los últimos meses, Palpan ha sido visitada numerosas veces por el ejército. Se meten en las casas y en las tiendas, dicen que buscan armas aunque no traen ninguna orden de registro. Llegan a pasarles la báscula y amedrentan a las mujeres preguntándoles ¿y tú, qué método anticonceptivo usas? Una vez llegaron y dijeron que les mandaba el presidente. ¿El de Micatlán? alcanzó a preguntar alguien. No, cabrón, el de la República. Y así andan, de modo que últimamente, él siente paranoia. Le han dicho que hace unos días hubo otro retén.


Sabe por qué está aquí. Su convicción es honda y tranquila. Viene del coraje que siente por tanta represión del la P.G.J., por las humillaciones de los medios de comunicación a los que contempla con comprensible recelo. Viene del dolor de ser insultado por los niños que les gritan: “¡rateros, defraudadores!”. Viene de la vergüenza de saber que a los suyos se les criminaliza y se les difama impunemente. Pero hay más. Viene de más adentro, porque no puede ni quiere darle la espalda a la herencia de su padre y de su abuelo, al sacrificio de tantos años de lucha.
http://untrabajadorunahistoria.blogspot.com/2010/05/leonardo.html

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